Del paisaje desértico de la profunda y verde Australia y la profunda Irlanda rural, un largo viaje de Elliot y Helen con la esperanza de que el amnésico protagonista recupere la memoria, es el centro de los seis capítulos de la segunda temporada de El turista.
Pocas veces se ha encontrado mejor la frase “menos es más” de Mies Van der Rohe en las dos temporadas de las aventuras y desventuras de Elliot y Helen. Una Irlanda mínima, con casas y granjas dispersas, muestra más violencia de la que uno puede imaginar en esos barrios. Está claro que van a pasar lugares como los de Puerto Hurraco, en Badajoz, y la alabanza del mundo queda irremediablemente dañada.
La excelente serie creada por Harry y Jack Williams, que cuenta con HBO Max, trasciende los componentes esenciales, la violencia y la cerveza, marcándolos en una historia de rivalidad mortal de dos familias incluso sin Romeo y Julieta, como cantaba Karina. Un odio que se ha desatado desde hace dos generaciones y en las que involucró a Elliot por un corto tiempo para regresar a su Irlanda natal. Alguien le había aconsejado en Australia que regresara a su país de origen y le ayudara a recuperar la memoria perdida, también por la cruel persecución del horrendo Billy Nixon (Ólafur Darri Ólafsson) que, como se adivina, es un ajuste de hechos sobre su pasado como mafioso.
La acción incluye también algunas escenas de tragedia gris y melodrama decimal que, sin embargo, no resultan excesivas y fluyen con cierta lógica. A él hubo que añadir una serie de personajes pictóricos secundarios, como el psicópata policía lugareño, la madre de Elliot y matriarca del clan o el patriarca de la familia rival, personajes que nos permiten distanciarnos de la niña y la dama interpretadas. por maravillosos actores en Irlanda. poco conocido y en el que se demuestra que las pasiones saciadas son universales.
Nada que ver furias, la serie francesa creada por Jean-Yves Arnaud y Yoann Legave (Netflix) en la que la violencia es constante y la trama que pretende justificarla es banal. Propone una inmersión en algunos hipotéticos barrios marginales de París para quienes pasean por dos guerrilleros de damas que dan y reciben unas palizas inverosímiles. No se sabe si esta preponderancia de cartas femeninas es consecuencia de un Me Too incomprendido o de la frivolidad de unos guionistas que sólo aspiran a épater les bourgeois.
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